Lo verdadero



La mayoría de las revoluciones son explosiones: y la mayoría de las explosiones vuelan mucho más de lo propuesto. La historia de estos últimos tiempos revela claramente que, en 1790, los franceses no pretendieron en realidad volar todo el sistema monárquico y aristocrático. Pero así ocurrió, y. a pesar de todos sus esfuerzos nunca lograron volver a reunir todos los fragmentos dispersos. El hombre pierde su fe en él mismo y la mujer empieza a combatirlo. La mujer se esfuerza por escapar de hombre que no cree realmente en él mismo: lucha sin cesar y la lucha no le da tregua. Esto sucede cuando el hombre pierde su fe primitiva en sí mismo y hasta en su vida. El hombre y la mujer no son dos entes independientes y completos. El hombre está ligado a la mujer para siempre, por vínculos visibles e invisibles, en un complicado fluir de vida que nunca puede ser rechazado. No se trata solamente del marido y la esposa: la mujer que veo en el tren. la muchacha a quien le compro cigarrillos, todos proyectan hacia mí un torrente, un rocío, un vapor de vida femenina que penetra en mi sangre, en mi alma y hace que yo sea yo, y yo, a mi vez, proyecto el torrente de vida masculina que calma y satisface y forma a la mujer. El torrente más general del fluir de la vida entre los hombres y las mujeres no es trastornado e interrumpido en la misma proporción que el fluir privado. Sabemos ahora que esta excusa ética no era más que una excusa. Sabemos ahora que nuestros padres fueron combatidos y derrotados por nuestras madres, no porque éstas supieran realmente qué era lo mejor, sino porque nuestros padres habían perdido su instintivo dominio sobre el torrente y la realidad de la vida, y que por eso la hembra tenía que combatirlos a toda costa, ciega y condenada. Contemplamos la batalla cuando éramos muy pequeños. Creíamos en la excusa moral. Pero llegamos a hombres y fuimos combatidos a nuestra vez. Y ahora sabemos que no hay excusa, ni moral ni inmoral. Se trata, simplemente, de algo fenomenal. y nuestras madres, que afirmaron semejante creencia en el bien, se cansaron de ese mismo bien ya antes de su muerte. No. La lucha era y es despiadada... salvo en sus espasmos y pausas. Una mujer no combate a un hombre por el amor de éste aunque repita eso mil veces. Lo combate porque sabe instintivamente que él no puede amar. El hombre ha perdido su peculiar fe en sí mismo, su fe instintiva en su propio fluir vital y por eso no puede amar. No puede. Cuanto más protesta, afirma, se arrodilla, adora, menos ama. Una mujer a la cual se reverencia y aun adora, sabe perfectamente en sus profundidades instintivas que no es amada, que se la engaña: alienta el engaño, y esto, enormemente halaga su vanidad. El amor entre el hombre y la mujer ni es culto ni es adoración, sino algo mucho más profundo, mucho menos aparatoso y chillón: forma parte de su respirar mismo, y es tan corriente, digámoslo así, como la respiración. De hecho. el amor entre hombre y mujer es en realidad otro modo de respirar. Ningún hombre ha amado nunca a una mujer antes de haber renunciado ésta a combatirlo. Cuando un hombre se ha rendido a una mujer, ésta lo combate por lo general con más intensidad que nunca más cruelmente. La necesidad de luchar con el hombre la domina inexorablemente. ¿Por qué no puede vivir sola la mujer? El caso es que no puede. A veces. se une a otras mujeres y libra la lucha en grupo. A veces tiene que vivir sola porque ningún hombre quiere combatir con ella. ¿Cuándo termina la lucha?. Quizás cuando un hombre reencuentra su fuerza y su arraigada fe en él mismo. Quizás cuando el hombre ha muerto y ha renacido penosamente con una respiración distinta, un valor distinto y un cuidado o una despreocupación de tipo distinto. La mujer vuelve a fracasar, abyectamente. Pero sigue adelante. Pero él nada siente. Esta falsificación del nirvana y la paz que excede a toda comprensión es la gran liberación falsificada. Es una forma de nirvana y una forma de paz: en pura nulidad. Al principio, la mujer no logra comprenderlo. Se exaspera, enloquece. Mujer tras mujer, se las ve destrozarse a sí mismas contra la figura de un hombre que ha alcanzado el estado de la falsa paz, la falsa fuerza, el falso poder: el egoísta. Cuando un hombre obtiene este triunfo del egoísmo -y muchos hombres lo han logrado hoy, virtualmente todos los de éxito, desde luego todos los seductores y "artísticos"-, la mujer en juego puede sentirse realmente algo enloquecida. No recibe más respuestas. La lucha ha cesado de improviso. La mujer se arroja contra un hombre y éste no se halla ahí, sólo su suerte de vítrea imagen es sacudida por la mujer y nada siente. La atacante se torna frenética, desaforada. En ello reside la explicación de la conducta imposible de ciertas mujeres de treinta y tantos años. Repentinamente, no encuentran respuesta alguna en la lucha y las posee el frenesí, la demencia, como si estuviesen al borde de un pavoroso abismo. Y lo están. Hay millones de modos de vivir y todo es vida. Lo que me hace grata la vida es la sensación de que. hasta cuando me siento cansado y enfermo, estoy vivo, vivo hasta lo más profundo de mi alma y en contacto en alguna parte con la vida del cosmos. No sé cómo, mi vida extrae su fuerza de las profundidades del universo. de las profundidades que hay entre las estrellas, del gran "mundo". Del gran mundo surgen mi fortaleza y mi confianza. Uno podrá decir "Dios", mas la palabra "Dios" está algo mancillada. Pero hay una llama o una Vida Eterna que se enrosca a través del cosmos sin cesar y que nos renueva cuando entramos en contacto con ella. La lucha del hombre con la mujer comienza cuando los hombres pierden su contacto con esta eterna llama de la vida y se tornan simplemente personales, cosas en sí mismas, en vez de cosas encendidas en la llama. Y entonces, a los hombres sólo les resta volver a la vida misma. Volver a la vida que fluye invisiblemente en el cosmos y fluirá siempre, sosteniendo y renovando todas las cosas vivientes. No se trata de pecados o de moral, de ser bueno o ser malo. Se trata de renovación, de ser renovado, vivificado, de tornarse nuevo y vívidamente animado y consciente, en vez de agotado y rancio, como los hombres de hoy. Se trata de volver a entrar en contacto con el centro vivo del cosmos. ¿Y cómo lo haremos?
 


D. H. Lawrence
De "Haciendo el amor con música"


 

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