Título: VARONES Y MUJERES EN TIEMPOS DE CRISIS Y CAMBIO. LO FEMENINO Y LO MASCULINO A FINES DE MILENIO.
Autor: Lic. Guillermo Augusto Vilaseca
Publicado en: El Otro, Periódico del Ambito "Psi". Año 2.  Nº 8. Octubre 1995.

 

En el vasto campo de discusión de las problemáticas de género, voy a referirme a  algunos aspectos de la cuestión sobre lo femenino y lo masculino en la actualidad.

Cuando coordino grupos de reflexión de varones o talleres intensivos sobre las vicisitudes de la masculinidad y la femineidad, así como cuando realizo mi práctica clínica ya sea individual, con grupos o con parejas me encuentro frecuentemente con el enfrentamiento entre varones y mujeres. Unos y otros suelen tender al extremismo o convertirse en contendientes dentro de un enfrentamiento, que si bien tolera distintas designaciones para los bandos, es frecuente verlo caracterizado como guerra entre machistas y feministas. Esta guerra muchas veces es consecuencia de la impotencia que ambas partes tienen para plantear sus recíprocas demandas y acceder a algún nivel de comprensión mutua. Tanto para unos como para otros el lugar de "el otro" es el del sometimiento. El monólogo prevalece sobre el diálogo.

Cuando se intenta abordar y agotar el tema de lo masculino y femenino únicamente desde las diferencias recíprocas, se suele encender un enfrentamiento, que lejos de dar a luz algo nuevo, produce un efecto de ocultamiento, una tendencia a atrincherarse en posiciones básicamente defensivas.

¿De qué nos defenderíamos? Esencialmente de la intolerancia a las diferencias de cada uno consigo mismo; de la posibilidad de pensarnos, sentirnos y vernos a nosotros mismos distintos de lo que suponemos y pretendemos ser. En suma, de nuestra intolerancia a las propias diferencias y de la posibilidad de convivir con ellas.

En el trabajo con grupos se improvisan escenas tendientes a representar las relaciones recíprocas entre varones y mujeres en la vida cotidiana. El dispositivo posibilita que los hombres y las mujeres desempeñen alternativamente roles reconocidos convencionalmente como masculinos y femeninos.  No supongo que existan papeles pre-asignados, esenciales, unívocamente determinados. Pretendo sostener un dispositivo que promueva bucear y poner en evidencia las asignaciones que nos habitan a cada uno.

Durante las improvisaciones se evidencia el abismo existente entre lo que cada uno pretende representar desde la concepción previamente elaborada de su personaje, "desde los ideales" y lo que espontáneamente surge en la representación, "desde las tripas".

Una vez que es posible vivenciar este divorcio interno en cada uno, se prepara el  clima que posibilita aproximarse a la problemática en cuestión desde una perspectiva distinta. Diría yo, un enfoque más sincero y con más posibilidades autorreflexivas. En otras palabras se hacen evidentes las dificultades de cada cual para el cambio.

Se produce un sinceramiento no sólo con "el otro", sino fundamentalmente de cada uno consigo mismo, un sinceramiento que resulta de la autoconfrontación a partir de la improvisación y al que no se puede acceder desde el cogito cartesiano exclusivamente.

Pensar basta para existir, solamente en el campo de las ideas. Pero fuera de él, lo indispensable es encarnarse en el cuerpo, en el movimiento, en el sentimiento. Ello no implica distanciarse de la reflexión sino del racionalismo. No se trata de renunciar a la capacidad de pensar en favor de la emoción pura. Se trata, en cambio, de entender la reflexión precisamente como expresión del sujeto emocionalmente reencontrado.

A partir de un trabajo de esta naturaleza, cada uno puede comenzar a tomar contacto  con las diferentes maneras de ser varón y las distintas maneras de ser mujer, que corresponden también a cada uno.

El Psicodrama nos facilita el acceso a un vínculo dialógico en el que la interdependencia predomine sobre la dependencia.

Así es como frente a la crisis en el vínculo entre el varón y la mujer a fines de milenio, la improvisación nos permite recuperar en buena medida, un encuentro más fecundo con el otro.

Se trata de una tarea de prevención insoslayable en el momento actual. Ella conlleva el desafío de realizarla sin que, sin embargo, podamos establecer una distancia óptima, como diría Pichon Rivière. Estamos inmersos en esta problemática. Ello requiere en forma imprescindible que cada uno de nosotros sepa darse el ámbito apropiado para trabajarlo de la manera más eficaz. El punto de partida consiste en reconocer las formas que cada cual tiene de pensarse dentro de su "mito inconfesado". Asimismo ver de qué manera este mito genera sentimientos y promueve acciones en la vida cotidiana. Para ello, es interesante valerse del aporte que nos hacen la mitología, la antropología, el cine y otros medios que nos acercan a la posibilidad de desnaturalizar lo obvio, que nos confrontan con el sinnúmero de modelos posibles que existen, existieron o podrían llegar a existir en relación al vínculo entre el varón y la mujer, los miembros de la especie humana, los seres humanos.

La necesidad de discutir los modelos es particularmente provechosa cuando se la canaliza a través del análisis y el debate de obras de arte.

Consideremos por ejemplo la película: "Cuando Harry conoció a Sally".

Es una historia sencilla, quizás no demasiado profunda, donde los personajes se interrogan sobre la posibilidad de formar una pareja. El relato central alterna con flashes de entrevistas a matrimonios de distintos orígenes, edades y extracciones sociales. Todos ellos cuentan brevemente de qué modo se encontraron, qué los unió y cómo viven en la actualidad  En suma, qué contrato establecieron y desde qué  lugares.

La referencia a esta película, como a otras expresiones artísticas o científicas que ofrecen modelos alternativos y estilos vinculares, es fecunda para reconocer la gama de posibilidades dentro de la relación recíproca varón-mujer. Permite asimismo advertir hasta qué punto esas posibilidades pueden ser operativas o disfuncionales sin que se sometan a un paradigma único.

Es así como podemos plantear algunos interrogantes: El actual momento de cambio, de construcción de imaginarios alternativos, ¿cómo encuentra ubicados al varón y a la mujer? ¿En qué rol queda encasillado predominantemente cada uno? ¿Cuáles son las características de la lucha de cada varón y de cada mujer en su cotidianeidad por romper con los modelos preestablecidos que condicionan su conducta?.

A veces el trabajo con varones me induce a pensar que los hombres mantenemos con la afectividad un vínculo que nos genera inquietud, desconcierto, desconocimiento, incertidumbre. Fuimos arrojados al campo de lo público donde no se llora. Estamos en un proceso de rehabilitación en el cual es esencial señalar una diferencia: conectarse con la sensibilidad no implica ser un blando, perder la fuerza y la potencia.

Simultáneamente las mujeres fueron confinadas dentro del marco de lo privado. Se les enseñó que la lucha no era para ellas, que la femeneidad se consolida con resignación y renunciamiento.

Para cada uno, varones y mujeres, la inmolación de ciertos aspectos del ser ha sido diferente, pero la finalidad idéntica. Esta inmolación colabora a sostener la vigencia del mito de la "media naranja". Dos, medio inmolados, conforman sólo uno en la unidad de la pareja. Uno más uno es uno. La idea de que se trata de dos mitades que deben formar una unidad requiere que parte de un original haya sido sacrificado.  Paralelamente a este sacrificio hay una hipertrofia. ciertos aspectos aprecen exagerados, con la consiguiente virtuosidad y horror con que todo exceso carga al sujeto.

Las sociedades más desarrolladas son las que con mayor nitidez han definido la función social del sujeto. Pero allí donde está definida la función social del sujeto se corre el riesgo de olvidar lo personal de él.

¿Qué hace uno cuando sale de su trabajo? ¿Qué relevancia ontológica y vital tiene ser uno mismo? Me vuelve a la memoria aquel verso de una canción de Sui Generis  "...solamente muero los domingos, y los lunes ya me siento bien..."

Estamos a fines de milenio, en un mundo al parecer abierto al reconocimiento de la heterogeneidad, y donde todo parecería indicar que se privilegia la coexistencia. Sin embargo, el horror al otro sigue subsistiendo, no apenas al otro que tenemos ante nosotros, sino también al otro que tenemos en nosotros. Las pesadillas siguen siendo personales. cuando más se nos propone y nos proponemos la unificación, el odio a las diferencias resalta con todas las dificultades que entraña su superación.

La fecundidad del Psicodrama, en este sentido, es que permite despegarse de la presunción de ser uno y nos contrasta con las alternativas. Favorece el encuentro de líneas de fuga.

A través de la improvisación tenemos la posibilidad del encuentro con los otros que podemos ser y de hecho somos. Se trata de atenuar la dimensión de lo siniestro en la vida cotidiana. Lo siniestro entendido como captura en la presunción de una identidad unívoca a partir de la cual se construye un vínculo estereotipado, empobrecido y carente de creatividad con el mundo.. No pretendemos ser muchos distintos, sino advertir los muchos que uno es. Se trata de percibir las oportunidades o alternativas que cada sujeto tiene para que las integre en una acción convergente.

Esto requiere que dejemos de refugiarnos en los bastiones del racionalismo y en los perjuicios que de él se derivan, que nos reconozcamos desde el sentimiento unido a la capacidad de pensar, que accedamos a algún nivel de síntesis entre la emoción y la razón.