Tímidos S.A.

No pueden avanzar a una mujer. Sudan en las citas de trabajo. Temen a la condena social. Anónimos y vulnerables, los timídos invaden el planeta.

 



No eligieron lavar platos. No se sienten a gusto cargando mamaderas y chupetes. Se ruborizan cuando, al pasar, una mujer les dedica un piropo como un dardo. El mito del hiroe pesa sobre ellos. Las mujeres avanzan, codiciosas, y ellos se defienden como pueden. Soportan los reclamos con la entereza de quien busca la prsxima salida de emergencia.

Así, la timidez se agazapa en la mirada esquiva de millones de varones de todo el planeta. El temor al ridículo les impide tener un digno encuentro amoroso, hablar frente a un grupo y hasta hacer alguna pregunta en una inocente visita guiada.

El deseo de conquistar a una mujer, abordar a una persona desconocida, defender una causa, intentar una llamada telefónica, declarar el amor, reclamar un vuelto: los pequeños y grandes desafíos se vuelven infranqueables. Imaginen a un tímido ante la mirada inquisitiva del jefe a la hora de pedir aumento. Imaginen situaciones que cualquier mortal atravesaría sin demasiado sobresalto: discutir con su papá, subir a un colectivo repleto. El tímido enrojece y, automáticamente, desea estar en otro sitio, lejos de allí. Imaginen lo que hará un tímido, entonces, ante las piernas más o menos sinuosas de una mujer. Ante un par de pechos turgentes. "En vez de acercarme a las mujeres, sabiendo que iba a tartamudear o enrojecer, preferí alejarme mostrando desinterés. Todas eran un gran misterio para mi".

"Tengo que encararla. Pienso: dale, píbe, la mina no te va a estar mirando toda la noche. Pero no. No puedo".


Así describía Pablo Neruda su timidez. Así la sobrellevaban -es un decir- Rousseau, Eugene lonesco, Jorge Luis Borges, James Dean y el
gran tímido Woody Allen.

Pero la ciudad está repleta de seres que, a veces, quisieran cavar una cueva calentita en la tierra. Hacer lo que hacían cuando eran chicos y se escondían debajo de la cama. No es dificil reconocerlos: se ocultan en los bares detrás de un diario, soportan los excesos de algún jefe despótico, eligen una mujer sargento que los tenga cortitos. Son los John Wayne que no saben amar, que enrojecen ante la ternura de un hijo, los que siempre piden permiso, los que no piden permiso porque les da vergüenza, los que no saben qué hacer con las manos, los que se rascan las orejas todo el tiempo y bajan la mirada y dicen "ehhhhh" a cada rato y no tienen la menor idea de cómo es que se busca un poco de cariño en esta tierra acelerada. Millones de tímidos que andan sin saber qué hacer con un mundo que no está hecho a su medida, que esconden la cabeza debajo de la solapa del gabán y piensan: "Dios mío, soy un pelmazo". Cada uno creyéndose el único. Creyéndose él, el peor de todos.

"Este problema psicológico es uno de los más difundidos pero el que menos atención recibe -explica Lidia Bequer, psicóloga, sexóloga, directora del CETIS y actualmente coordinadora de ENPATIA. (Entrenamiento para modificar la timidez del adulto)-. Se lo encubre debajo del disfraz de persona callada, observadora y hasta antipática. Son personas que sufren de miedos inesperados y manifiestan tensión al sentirse observados por otros, que se inhiben en el contacto con la gente, que prefieren huir a enfrentar. La incomodidad en los vínculos se suma a los pensamientos negativos sobre su apariencia personal, sus capacidades intelectivas, sus actitudes, sus acciones. Esto les hace sentirse inferiores a los otros: 'Me siento incapaz, dicen. No sirvo para nada'. En definitiva, se dan con un caño. Prefieren pasar inadvertidos, evitar el contacto visual para no verse implicados en una conversación. Se observan a sí mismos permanentemente, se examinan, se creen torpes y aburridos. Suelen entrecruzar los brazos y las piernas, agachar la cabeza, tener una mirada perdida, encoger los hombros, tensionar su cuerpo. Esto los transforma en personas inaccesibles para el resto de la gente. A veces parecen intolerantes, quisquillosos, soberbios. Pueden padecer de fuertes dolores de cabeza, náuseas, diarrea, calambres, vértigo, ocasionados por la ansiedad que experimentan".

Los tímidos avanzan. Son una multitud: las encuestas indican que el 60 por ciento de las personas del Japón, el 50 por ciento de los Estados Unidos, el 55 por ciento de Latinoamérica y el 30 por ciento de Israel experimentan, a cualquier edad, ansiedad, angustia y miedo como síntomas emergentes de su timidez. Por eso podría suponerse que ahora, mientras usted lee atentamente su revista, la mitad del mundo está dudando, enrojeciendo, sudando frío ante cualquier circunstancia más o menos difmcil como decirle "te quiero" a una mujer.

Los avatares de un tímido Argentino

"Acá en la Argentina no existen muchas estadísticas pero a raíz de los resabios machistas que aún subsisten en Latinoamérica parece que la mayoría de los tímidos son varones -insiste Bequer-. Muchos de ellos parecen extrovertidos porque se ocultan detrás de un personaje. Por eso existen tantos tímidos famosos. Un señor que asiste a nuestros grupos, un señor mayor bastante exitoso, de un nivel socioeconómico alto, explicaba que no podía enfrentar a los presidentes de otras compañías porque le temblaban las manos y se le ahogaba la voz. Otro chico del grupo pudo levantarse por primera vez a una mujer durante un viaje a China". Tuvo que estar lejos de los patrones sociales que lo marcan para tener su primera experiencia sexual. Fuera de su hábitat natural, lejos de ese canchero porteño que contrasta tanto con su imagen.

Según el diccionario de la Real Academia Española tímido es aquel que no puede hablar u obrar espontáneamente sin cohibirse, particularmente en presencia de extraños. En tanto, el diccionario Larousse escupe sinónimos como una metralleta: vergonzoso, apocado, corto, pusilánime, irresoluto, encogido, indeciso, cobarde, nono, timorato. Lo que se traduciría en el barrio como un gil, un gilastro sin apellido, un perejil que se las deja hacer y no las cobra.

"Soy básicamente tímido -dice, circunspecto, Pablo Stein, 23 años-. Tímido: no puedo superar el miedo a decir lo que estoy pensando. No puedo hablar. Me preocupa demasiado lo que pueda pensar el otro de mí. Espero el momento oportuno y nunca llega. Por ejemplo: tengo que encarar una mina. La mina me mira. Se me pone tieso, pero encarar no encaro. Pienso: 'Dale, pibe, la mina no te va a estar mirando toda la noche'. Pero no. No puedo. No puedo ni con la mina, ni con el rati ni con el jefe. Empiezo a sentir los síntomas y me descompongo. Primero transpiro, después me sube calor en todo el cuerpo, y después viene ese chucho de frío que me deja helado. Y eso es peor. Me inhibo más. Quiero salir rajando, desaparecer, morirme".

"Dichoso el hombre que siempre está en temor; el que endurece su corazón caerá en el mal", rezan los proverbios salomónicos, hechos con molde para justificar a estos seres inciertos de mirada grave y humor apocado. Y ellos se amparan en ese lugar amable desde el que pueden hablar bajito, mirar despacio, no decidirse nunca a nada. Dejarla pasar, porque no se animan a estirar la mano. Porque qué manito fea tengo yo. Y por lo bajo insultan a la lotería de esta vida que les metió, entre pecho y espalda, y toda junta, tanta timidez.

"La timidez me arruinó la vida -vocifera con amargura Marcelo Fernández, 43 años, maestro-. Pasé mi infancia recluido en mi cuarto leyendo, para no salir a jugar. Mi adolescencia recluido escuchando música, para no enfrentar mi primera relación sexual. Mi juventud recluido estudiando, para no buscar trabajo. No me casé. No tengo amigos. Perdí a la mujer de mi vida por no saber qué decirle. Nunca pude controlar a mis alumnos. No supe pelearla. Fui cómodo. Antes creía que era esclavo de las circunstancias. Ahora sé que no soy más que esclavo de mí mismo".

Como ser un superhéroe sin morir en el intento

Para la Grecia del siglo V antes de Cristo la templanza, la moderación, la sobriedad eran las mayores virtudes a las que podía aspirar un ciudadano griego. La llegada de los romanos convirtió a la hombría, al valor, en la máxima virtud. Cada época atravesó la historia con sus reglas éticas y las consecuentes transgresiones. Para el siglo XX, cargado de vacío e incertidumbres, la moderación no sirve. Ser exitoso y joven, adinerado y bonito, ganador con las mujeres, sabio portador de una seguridad inquebrantable, se vuelve meca de las nuevas generaciones. Los tímidos, buenos muchachos al fin, la ven ir, la ven pasar, la ven venir. La miran pero no la tocan. Huelen de lejos la rueda mágica del poder sin animarse a salir del cascarón.

"En una cultura que tuviese menos exigencias, que valorara más la calidad del trabajo que la velocidad, el tímido podría estar muy bien. Porque en el tímido se conjugan dos factores: muchísima exigencia y la inhibición en el hacer -explica Ana Fernández, psicoanalista-. Pero en esta sociedad darwiniana, si vos tenés treinta y pico de años y no conseguiste un muy buen lugar en la rueda, perdiste. Si el varón no responde a esas cuatro o cinco condiciones fundamentales, o sea, que tiene que ser eternamente exitoso, eternamente joven, que tiene que hacer plata y ser un seductor, no es nada. Entonces cómo no va a aumentar la timidez. Claro que aumentó la timidez. Por eso el mundo empresarial, el de la farándula, el de la política, se sostienen con gramos de cocaína y pastillas para dormir. Yo te diría que en términos generales la cuestión de la timidez tiene que ver con estas sobreexigencias sociales que cargamos. Y esto tritura a la gente. La gente estalla de inestabilidad, de falta de valores. Cuantos menos valores hay, más librado estás a la angustia porque no sabés qué rumbo tomar. Es como si el chico tuviese que aprender a caminar sin el andador. La timidez desde esta perspectiva social es la expresión de un mundo sin parámetros".

Por eso proliferan los libros de autoayuda que prometen la receta instantánea, los curanderos que se venden por un trozo de torta, las astrólogas regordetas que adivinan los destinos por TV, los pastores que al son de un rock and roll o glorifican a Dios y curan males, las velas de colores que auguran

"Si a los treinta y pico de años no conseguiste un muy buen lugar en la rueda de poder, perdiste. No existís ".

un mejor porvenir, la música funcional de mar y pajaritos en estéreo, el auge de los ángeles que te sacan de Pampa y la vía, el camino oriental y esa espera ansiosa por la bendita revolución solar que nunca llega.

"Uno se acostumbra a todo -dice Guillermo Cippolla, gordito, de ojos claros, cabizbajo-. Uno empieza a recortar: no voy a bailar porque no me animo. Y se acostumbra. No voy al cine porque no sé con quién ir. Y se acostumbra. No voy al restaurante. Mejor me quedo en casa. Y así se va escapando... ¿Beneficios? Ninguno".

Segun Philip Zimbardo y Shirley Radl, autores de El niño tímido de editorial Paidós, aproximadamente dos de cada cinco personas se consideran tímidas, es decir, padecen de fobia social, el correlato patológico de la timidez natural. Despues de 9 años de estudios, los investigadores distinguen entre los tímidos crónicos y los circunstanciales, los introvertidos y los extravertidos, estos últimos muy difundidos en la sociedad americana de las últimas décadas. Y dan ejemplos: John Travolta y Michael Jackson, Charlton Heston y Johnny Carson, personajes que saben cómo enfrentar la camara de TV, el escenario, la mirada hosca del director de cine, pero incapaces de balbucear tres palabras seguidas en la intimidad de un cuarto de hotel o en una reunión de amigos. Zimbardo y Radl desdeñan la posibilidad de un factor genético determinante en la constitución de una persona tímida. Ellos aseguran que las vivencias de la temprana infancia, la relación con los padres, las frecuentes mudanzas de la familia, o los cambios bruscos en las relaciones sociales por divorcios o, provocan la mayor cantidad de casos de timidez del planeta.

Cronologia de una huida: el eterno retorno femenino

"Una y otra vez hemos comprobado con asombro cómo la persona tímida sabe individualizar el día y lugar en que le endosaron el rótulo de tímido y quién fue el culpable -delatan los investigadores americanos-. Creemos que en definitiva la causa de la timidez es una combinación de bajo nivel de autoestima, calificación y vergüenza".

Guillermo Vilaseca, psicólogo y gestor de los grupos de encuentro para hombres que buscan construir un nuevo modelo de masculinidad, explica que el varón se siente avasallado en su lugar tradicional por el avance feminista de los ultimos años.

"Entonces -insiste Vilaseca-, puede reaccionar de tres formas diferentes: se retrotrae, se intimida, se distancia y se vuelve misógino; se pasa para el otro lado e intenta poner las cosas en su lugar, volver a los viejos roles, o lo que es mucho mejor, empieza a descubrir las ganancias de este replanteo, las nuevas posibilidades de encuentro con los hijos y las bondades de este nuevo tipo de relación con el otro sexo".

Vilaseca asegura que a la timidez hay que tratarla con respeto. Cualquier defensa que organice una persona para enfrentar al mundo es lo mejor que pudo hacer esa persona en determinada circunstancia.

No se puede dejarlo sin respuestas alternativas. Hay que encontrar una conducta eficaz para el nuevo momento. Y es posible hacerlo.

Este carácter reservado de los hombres viene del modelo tradicional del hombre fuerte, que no llora. Las mujeres están mucho más jugadas y los hombres andan medio perdidos. El movimiento positivo de la mujer no tiene su correlato en los varones: no hay en el imaginario social una idea positiva de "qué suerte que ahora los varones lavamos los platos", "qué suerte que las chicas vienen y se nos tiran encima". Subsiste el mito del héroe. El hombre es aquel que siente temores pero no tiene la posibilidad de comentarlos, darse cuenta de que los demás pasan por cuestiones parecidas. Es como aquel al que le duele la cabeza y no sabe que existe la aspirina.

En cada etapa de la vida se sienten afectadas determinadas áreas: en los adolescentes el temor al inicio en las relaciones sexuales, la relación con las mujeres, es una problemática muy fuerte. Cuando se termina el ciclo medio predominan los conflictos laborales, la realización de los proyectos. Después aparecen los temores a ser padre y ya más tarde el miedo al envejecimiento, a la perdida de potencia, al desempeño sexual. El paradigma del supermacho se transforma en un fantasma en la vida de todos los hombres y provoca muchísimas retracciones.

¿Qué busca un hombre de una mujer? ¿Qué busca una mujer de un hombre? Estas siguen siendo cuestiones básicas para el desarrollo de cualquier inhibición. Ese hombre proveedor que comandaba el avión de la familia queda perplejo ante una mujer que se cansó de ser su copiloto.

"Para ser un varón de nuestra cultura hay que ser un John Wayne o un Humphrey Bogart -comenta Ana Fernández-. Los varones new age, sensibles, no machistas, son excelentes amigos nuestros pero a la hora de la conquista, Wayne sigue siendo mejor recibido. Si éstas son las reglas, el tímido está mal plantado; sobre todo en esta época en que se encuentra con una señorita que en vez de resistirse al asedio y así darle tiempo para perder el miedo, le dice: 'Sí, salgamos esta noche, papito'. Todo es peor. Así aparecen síntomas como las relaciones precoces, las dificultades en la erección que no son más que profecías autocumplidas: me va a ir mal, me va a ir mal, me va a ir mal y entonces, sí, le va mal".

Pero al menos en Francia los tímidos tienen su revancha; los investigadores del campo laboral francés eligen personas tímidas para los cargos directivos de las empresas. "Hoy se prefiere a quien puede dudar antes de hablar, a aquellos que no necesariamente tienen respuesta para todo -explica Denis Sesboue, director general de una empresa de empleos-. Estar tan seguro de uno mismo puede revelar falta de inteligencia".

"En el plano laboral los que más sufren son los hombres de las clases populares -asegura Jorge Elbaum, sociólogo-. El modelo tradicional es tan fuerte que cuando un hombre pierde el trabajo pierde la conexión con el exterior, eso que lo hacía hombre frente a la tradición, a la familia, al barrio. Esto hace que la mujer esté más preparada para vivir en esta sociedad. La mujer históricamente utilizó la belleza para el ascenso social. La mujer conoce los códigos. Pero el varón no. El debe adaptarse forzadamente a ser también un objeto sexual. Esto provoca timidez y vergüenza social. Ahora la mujer asume la posibilidad de mantener una relación momentánea y esto genera en el hombre el temor a sentirse usado. Las mujeres, en el imaginario popular, ahora son más putas que nunca".

Ese oscuro encanto de salir a buscarla

"Cuando hay dos personas en la cama, hay seis mirando", decretaba el venerable Sigmund Freud. El afianzamiento de la sexualidad vouyerista descoloca el viejo paradigma masculino. El varón puede ser la presa de caza de una mujer fatal. Acosado por la vejez y el status, confundido por los discursos machistas de la tele y los amigos del café, hastiado de la sopa de mamá y de los reclamos de la novia de turno, preso de la pancita y de su barba candado, se paraliza en el rincón del cuarto aferrado a la meritoria radio portátil.

Pero finalmente no todos se quedan con lo que traen de fábrica. La mayoría se rebela y hace un esfuerzo por sacudirse los temores de encima y desarrollan una estrategia que les permite avanzar sobre sus objetivos. Y lo logran.

En un barcito de Belgrano, Manuel Castellani se toma un café. Hay una parejita que se besa sin paraguas y un viejo que sacó a pasear al gato. Manuel se ríe. Los ve pasar y se pregunta cómo serán sus vidas, cuántos miedos se esconden detrás del malhumor de las mañanas, cuánta penas resguardan los movicones lustrosos, cuánta vergüenza puede sentir ese empresario que lo sobra con el último modelo de Peugeot.

"Voy a pelearla -dice mientras sacude la modorra de su traje azul-. Voy a salir a buscarla. No importa cuánto tiempo lleve. La vida se merece ese combate".

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